miércoles, 20 de marzo de 2013

El entorno vital de san Benito


San Benito desarrolló su existencia en varias puntos del centro de Italia. Eran momentos de gran inseguridad, durante la primera mitad del siglo VI. Las estructuras no sólo políticas, sino también sociales y económicas del Imperio Romano se estaban disolviendo, a causa del empuje de los invasores bárbaros, y una gran inseguridad se extendía por toda la región. La población, acostumbrada no sólo al orden de unas cosechas y unas explotaciones ganaderas estables, sino también al lujo de numerosas importaciones de productos de todo tipo que facilitaban enormemente la vida, veía ahora como no podía predecir de un mes para otro si podría recoger finalmente una cosecha con la que sustentarse y, al menos, no morir de hambre.

En este contexto de inseguridad vivió san Benito. Pero no sólo hubo de padecer una inseguridad material. También su camino monástico sufrió numerosas interrupciones y crisis, que fueron forjando en él un deseo creciente por la paz que sólo de Dios puede venir. Una comunidad estuvo a punto de asesinarle porque no lo soportó como superior; en el siguiente intento hubo de sufrir la persecución de parte de la Iglesia institucional representada por un presbítero. Todo ello le llevó a buscar el asilo de un lugar seguro, apartado del comercio de los hombres y protegido por su propia soledad. Ese lugar fue Montecasino.

Se trata de una montaña que se eleva vertiginosamente sobre un fértil valle, donde habían existido en la antigüedad diversos asentamientos fortificados de carácter religioso. Como en una ciudadela fortificada sobre las alturas, vivió allí san Benito los últimos y más fructíferos días de su existencia. Renunció a la ventaja de un valle fértil, por la seguridad de un lugar elevado y protegido, para así estar más cerca del cielo que de las vicisitudes humanas.

Montecasino es un lugar que permite, cada mañana, contemplar las maravillas de la Creación. Las vistas desde el Monasterio son imponentes. a lo lejos, las montañas que envuelven al Monasterio como inexpugnables murallas; al fondo, el valle lleno de vida y bullicio. Y, sobre lo alto, un cielo que suele ser benigno en la climatología.

En ese lugar tuvo san Benito la visión de la Creación entera reducida a un rayo de sol. Como comenta san Gregorio den sus Diálogos, para quien contempla al Creador, es pequeña cualquier criatura. Allí, suspirando por encontrarse con su Señor, pasó san Benito a las moradas celestiales, procurando hasta el último momento de su vida alabar en la oración a aquel que le llamó a militar bajo sus banderas.

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