lunes, 11 de marzo de 2013

La compunción del corazón


Una de las claves espirituales en el radical compromiso existencial del monje es la da buscar siempre unirse más y más a Dios Padre Todopoderoso, que en su Hijo Jesucristo nos ha salvado, y que nos da el Espíritu Santo para que podamos tener vida y santidad en Dios. Si el vocablo monje significa uno, sólo, podemos traducir este significado como el deseo de vivir únicamente para Dios, y de consagrarle solamente a él la entera existencia.

Lamentablemente, durante nuestra peregrinación en la vida, no siempre puede conseguirse este objetivo, pues nuestra fragilidad humana y nuestra inclinación al pecado frustran en plan de eterno amor al que Dios nos ha destinado. Hasta tal punto nos ama Dios, que nos ha creado libres, es decir, capaces de optar por el bien, pero también de rechazarle.

Por eso, el monje siente en su corazón un movimiento de dolor y tristeza cuando constata la presencia del pecado, cuando se sabe no completamente entregado a su Señor, cuando ve que en sus hermanos y en la Creación entera la fuerza del pecado actuando. Este dolor por sus propios fracasos en el combate contra el mal, por el pecado de sus hermanos, por la oscuridad que vela la irradiación de la divina belleza del Creador sobre su Creación, es la compunción. Es el llanto por la ausencia del Amado, ausencia no provocada por su demora sino por nuestra desidia.

La compunción es una tristeza salvífica, es un deseo dolorido que desearía poseer perfectamente al Señor en la constatación de la propia lejanía, es el suspiro cansado del peregrino que se da cuenta de la lejanía de su destino, pero también es la confusa esperanza del hijo pródigo que espera encontrar, al menos, un rincón por pequeño que sea, en el corazón del Padre.

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