lunes, 15 de abril de 2013

El alma se inflama de amor por Dios

Si el alma, con un movimiento seguro y sin imágenes, se inflama de amor por Dios llevando, por así decirlo, al cuerpo mismo hasta las profundidades de ese amor indecible - ya sea que el cuerpo del que está movido por la santa gracia, vele o entre en el sueño - sin otro pensamiento que el término del movimiento que lo lleva, sabed que esto es obra del Espíritu santo. Pues, colmado totalmente por esta inexpresable suavidad, le es imposible concebir nada, en tanto que es raptado por una alegría inexpresable.
Si el intelecto concibe, en esta moción, la menor duda o algún pensamiento impuro, incluso si recurre al santo nombre para rechazar el mal y no únicamente por amor de Dios, es necesario concluir que este consuelo, bajo su apariencia de alegría, viene del mentiroso. Esta alegría indecisa y desordenada es la del que viene para llevar el alma al adulterio. Cuando él ve el intelecto fuerte hundirse en esa experiencia sensible, por ciertos consuelos engañosos conduce al alma, para que, relajada por esta yana y cómoda dulzura, no reconozca la mezcla de mentira. Nosotros debemos discernir el espíritu de verdad del espíritu de mentira. Pues es imposible gustar íntimamente la bondad divina y experimentar conscientemente la amargura del demonio si no se tiene la certidumbre absoluta de que la gracia estableció su morada en lo profundo del intelecto, mientras que los espíritus malvados circulan alrededor de los miembros del corazón. Esto es lo que los demonios ocultan a los hombres a cualquier precio, a fin de que el intelecto, debidamente informado, no pueda precaverse contra ellos con el recuerdo de Dios.

Que nadie espere, a través del sentimiento o del intelecto, una visión de la gloria de Dios. Decimos que el alma, una vez purificada, siente, con una sensación inexpresable, el consuelo divino; no decimos que se le aparecen objetos invisibles, pues «caminamos en la fe y no en la clara visión» (2 Cor 5, 7). Si alguno de los combatientes ve una forma ígnea o una luz, que no acepte esa visión ya que es un engaño del enemigo, del que muchos, por ignorancia, han sido víctimas y que los ha apartado del camino recto.

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