lunes, 8 de abril de 2013

La confianza de María y la incredulidad de Tomás

Fra Angelico: Anunciación
En el corto plazo de dos días, la liturgia nos regala dos textos cuya comparación nos resulta especialmente enriquecedora: la duda de Tomás y la fe de María. Tomás cede a la lógica humana, según la cual, es imposible que ningún difunto vuelva a la vida, ni que el escarnecido, por muchos milagros que hiciera en vida, pueda ahora triunfar sobre la tremenda decepción de verlo crucificado. Tomás no admite el testimonio de sus compañeros, no puede creer en algo que le resulta imposible.

María, en cambio, hoy dice sí a un plan absolutamente increíble: que la virgen conciba sin concurso de varón no al rey de Israel sino al Rey eterno, a Dios mismo. La muchacha sabe que se expone al escarnio público y a la pérdida de su prometido, pero no puede ni quiere decirle no al ángel que le anuncia el plan de salvación de Dios.

Ante nosotros, pues, quedan dos actitudes completamente contrapuestas: la que se cierra a la lógica humana y rechaza creer en una acción de Dios a la que considera imposible; es decir, rechaza que en el orden de lo humano puedan existir otras fuerzas que las intrínsecas a este mundo. Y, frente a esta lógica humana, está la humilde aceptación de lo que no se comprende, de lo que no se puede dominar, simplemente porque la confianza en el poder de Dios llega hasta donde no es capaz la lógica humana.

Al final, en María contemplamos y alabamos de generación en generación el triunfo de la humildad que, sencillamente, le dice sí a Dios, aunque no comprenda de que se trate. Y, por su parte, la lección que recibió del Resucitado Tomás nos enseña a poner toda nuestra confianza en el poder de quien es nuestro Señor y nuestro Dios.

La vida del monje está especialmente llamada a reproducir el ejemplo de María, confiando en un plan tantas veces digno de ser rechazo por humanamente inviable, pero al mismo tiempo determinado con providente amor desde toda la eternidad por el Creador para nuestro bien. A él sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén

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