jueves, 4 de abril de 2013

Opus stupent et angeli

Diego de la Cruz: Piedad
Museo Correr, Venecia
Reincidimos hoy tanto en el himno de Vigilias Hic est dies verus, como en el pintor hispano-flamento Diego de la Cruz, pues vamos a tomar otra estrofa de este himno, en la contemplación de otra maravillosa representación del Cristo resucitado ante la estupefacción de los ángeles.

La segundo estrofa de este himno dice así:

Opus stupent et angeli,
poenam videntes corporis
Christoque adherentem reum
vitam beatam carpere.

Podríamos traducirlo de la siguiente forma: "Los mismos ángeles se asombran al contemplar aquel cuerpo desgarrado y a Cristo que promete el paraíso al que está crucificado a su derecha"

La vida monástica, en cierto modo, conduce al monje a la estupefacción, es decir, a tal grado de admiración en la contemplación del misterio del inmenso amor de Dios, que queda incapacitado para pronunciar otra palabra que no sea una pobre alabanza.

Los ángeles, como dice la Carta a los Hebreos, contemplan al mismo Señor de la gloria rebajado muy por debajo de ellos mismos, y quedan asombrados de todo el amor que despliega para así rescatar a la oveja que se le ha perdido. Tanto amor le lleva a dejarse asesinar en una cruz, a ser expuesto al escarnio público, a ser objeto de todos los odios de la historia de la humanidad. Dios ha conocido desde dentro lo mejor de lo que es capaz el hombre, para también ha experimentado todo el horror del que han sido y serán capaces los humanos.

Cristo resucitado muestra las huellas de su Pasión. No las esconde, no son objeto de vergüenza o de pudor, sino que son las más preciadas joyas que ornan su sacratísima humanidad. A través de ellas se manifiesta el Resucitado, y dan sentido a todas las heridas que sufrimos los hombres. Los ángeles, como todos nosotros, quedan estupefactos en la contemplación de ese cuerpo desgarrado, que asciende glorioso del sepulcro. Por eso mismo, entiende el monje su existencia como una improductiva e inútil reiteración en la acción de gracias, porque ya nada es lo mismo después de que Dios mismo salió triunfante del sepulcro.

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