martes, 2 de julio de 2013

Scala Claustralium IV


Oratio-Contemplatio: Viendo, pues, el alma que no puede alcanzar por sí sola esa dulzura deseada por el conocimiento y la experiencia, y que cuanto más se eleva ella tanto más lejano está Dios (Salm 63, 7-8), entonces se humilla y se refugia en la oración diciendo: Señor, que no te dejas ver más que por los limpios de corazón, leyendo he investigado, meditando he buscado cómo pueda adquirirse la verdadera pureza del corazón, para poderte conocer, gracias a ella, al menos un poco. Buscaba tu rostro Señor, tu rostro buscaba (Salm 26, 8). Largamente he meditado en mi corazón y en mi meditación se ha encendido un fuego y un deseo mayor de conocerte (Salm 38, 4). Cuando rompes para mi el pan de la Sagrada Escritura, en la fracción del pan hay gran conocimiento (Lc 24, 30-31) y cuanto más te conozco, más deseo conocerte, no ya en la corteza de la letra, sino en el sentido de la experiencia. Y esto no te lo pido, Señor, por mis méritos, sino por tu misericordia. Pues confieso que soy indigna y pecadora, pero también los perritos comen migas que caen de la mesa de sus señores (Mt 15, 27). Dame, Señor, una prenda de la herencia futura, una gota al menos de la lluvia celeste con la que pueda aliviar mi sed, porque me abraso de amor.

Con estos y otros encendidos pensamientos el alma inflama su deseo y muestra así su efecto. Con estos encantos llama a su esposo. Los ojos del Señor están sobre los justos y sus oídos están atentos a las oraciones (Sam 33, 16), hasta tal punto que no espera siquiera a que la oración haya terminado sino que, interviniendo en el curso mismo de ella, se apresura a entrar en el alma que lo busca con deseo, se apresura a encontrarse con ella, bañado por el rocío de la dulzura celeste y el perfume de ungüentos preciosos. Recrea así al alma fatigada, sostiene a la que está sedienta, nutre a la que tiene hambre, le hace olvidar todas las cosas de la tierra, la vivifica haciendo admirablemente que se olvide de sí y embriagándola la hace sobria. Y así como en algunos actos carnales la concupiscencia de la carne vence al alma hasta el punto que pierde el uso de la razón y el hombre resulta casi completamente carnal, también en esta contemplación superior, por el contrario, los movimientos de la carne son superados y absorbidos por el alma hasta tal punto que la carne no contradice en nada al espíritu y el hombre resulta casi completamente espiritual.

Carta de Guigues II, cartujo, a su amigo Gervasio, sobre la vida contemplativa

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