lunes, 6 de octubre de 2014

Se alegra mi espíritu en el Señor


Habiéndome enterado, por la detallada y agradable relación de nuestro venerable hermano Landovino, del inflexible rigor con que observáis, de un modo tan sabio y digno de alabanza, vuestra Regla, y habiendo sabido de vuestro santo amor y vuestro constante interés por todo lo que se refiere a la integridad y la honestidad, se alegra mi espíritu en el Señor. En verdad, me alegro y prorrumpo en alabanzas y acciones de gracias al Señor y, sin embargo, suspiro amargamente. Me alegro, ciertamente, como es de justicia, por el incremento de los frutos de vuestras virtudes, pero me duelo y me avergüenzo de verme yo postrado, por mi indolencia y apatía, en la sordidez de mis pecados.

Alegraos, pues, hermanos míos muy amados, por vuestro feliz destino y por la liberalidad de la gracia divina para con vosotros. Alegraos, porque habéis escapado de los múltiples peligros y naufragios de este mundo tan agitado. Alegraos, porque habéis llegado a este puerto escondido, lugar de seguridad y de calma, al cual son muchos los que desean venir, muchos los que incluso llegan a intentarlo, pero sin llegar a él. Muchos también, después de haberlo conseguido, han sido excluidos de él, porque a ninguno de ellos le había sido concedida esta gracia desde lo alto.

Por lo tanto, hermanos míos, tened por bien cierto que todo aquel que ha llegado a disfrutar de este bien tan deseable, si llega a perderlo, se arrepentirá hasta el fin, si es que tiene un mínimo de interés y solicitud por la salvación de su alma.

Con respecto a vosotros, mis amadísimos hermanos legos, yo os digo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque veo la magnificencia de su misericordia sobre vosotros, por lo que me ha contado vuestro prior y padre amantísimo, el cual está muy satisfecho y contento de vuestro proceder. Alegrémonos también nosotros porque, sin baberos dedicado al estudio, el Dios poderoso graba en vuestros corazones no sólo el amor, sino también el conocimiento de su santa ley. En efecto, vuestra conducta es una prueba de vuestro amor, como también de vuestra sabiduría. Porque vuestro interés y cautela en practicar la verdadera obediencia pone de manifiesto que sabéis captar el fruto dulcísimo y vital de la sagrada Escritura.

San Bruno de Colonia
Carta a sus hijos cartujos (1-3: SC 88, 82-84)

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