jueves, 15 de enero de 2015

Santos Mauro y Plácido. Dos jóvenes de buenas esperanzas

Il Sodoma - San Benito recibe a Mauro y Plácido

Comenzaron por entonces a frecuentarle algunas personas nobles y religiosas de la ciudad de Roma, que le confiaron sus hijos para que los educara en el temor del Dios todopoderoso. Fue por aquellas fechas cuando Evicio y el patricio Tértulo le encomendaron sus hijos, Mauro y Plácido, dos jóvenes de buenas esperanzas. De éstos, Mauro, muy joven todavía pero dotado de buenas costumbres, comenzó a ser el colaborador del maestro; Plácido estaba todavía en la edad infantil.

Cierto día, mientras el venerable Benito estaba en su celda, el mencionado niño Plácido, monje del santo varón, salió a sacar agua del lago. Y al sumergir incautamente el cántaro que llevaba en el agua, cayó también él tras el cántaro. En seguida lo arrastró la corriente, alejándole casi un tiro de flecha de la orilla, lago adentro. El varón de Dios, aunque encerrado en su celda, tuvo noticia inmediata del hecho, y llamando al momento a Mauro le dijo: «Hermano Mauro, corre, que el niño que ha salido a sacar agua ha caído al lago, y la corriente lo arrastra ya muy lejos». Cosa admirable y nunca vista desde el apóstol Pedro: porque pedida y recibida la bendición, Mauro marchó presuroso y, creyendo caminar por tierra, corrió sobre las aguas hasta el lugar donde estaba el niño zarandeado por la corriente, y cogiéndolo por los cabellos regresó raudo a la orilla. Apenas tocó tierra firme, vuelto en sí y mirando hacia atrás, cayó en la cuenta de que había corrido sobre las aguas, y lo que nunca pensó poder hacer, admirado y tembloroso lo contempló como un hecho.

Vuelto donde el padre, le contó lo sucedido. Pero el venerable varón Benito empezó a atribuir el milagro no a sus méritos, sino a la obediencia del discípulo. Mauro, por el contrario, sostenía que el prodigio era obra exclusiva del mandato del padre y que él nada tenía que ver en aquel milagro que inconsciente había realizado. Pero en esta amistosa contienda de mutua humildad, intervino como árbitro el niño que había sido salvado, diciendo: «Al ser sacado yo de las aguas, veía sobre mi cabeza la melota del abad y me parecía que era él el que me sacaba de las aguas».

Pedro: —Portentosas son las cosas que narras y van a servir de edificación para muchos. De mí sé decir, que cuanto más bebo de los milagros de este santo varón, más sed de ellos siento.

San Gregorio Magno
Libros de los Diálogos (Lib 11, 3.7: PL 66, 140.146)

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