viernes, 6 de febrero de 2015

El mártir san Pablo Miki, del Japón


Pablo Miki nace en Jamasciro en 1564, no lejos de Miyako, la capital del Japón. Pertenece una familia importante. En la corte de Miyako, los padres conocen a los Padres de la Compañía de Jesús. Reciben el bautismo en 1568. Junto con ellos es también bautizado Pablo, a la edad de 4 años. Pablo, a los once años ingresa al Colegio de la Compañía en la capital imperial. El P. Organtino Soldi, un italiano de Brescia, es el Rector y el verdadero padre de la cristiandad de Miyako.

Con el P. Soldi hace Pablo su primer discernimiento. Decide ingresar al Seminario de Azuki, en 1580.  Pablo Miki sigue estudios de latín y de literatura japonesa. Pablo tiene 22 años. Acaricia la idea de ingresar a la Compañía de Jesús. Pero sabe que es difícil. En el Japón se pide una permanencia larga en la fe cristiana, una buena formación y una práctica apostólica. Con valentía, Pablo pide su ingreso a la Compañía.

Los primeros once meses del noviciado trascurren en paz. Hideyoshi, el shogún del imperio, parece apoyarse en los cristianos. Las experiencias del novicio Pablo Miki son las comunes a todos los noviciados de la Compañía. La principal es el mes entero de Ejercicios. Sirve en el hospital de San Lázaro. Visita a los pobres y se ejercita en los trabajos humildes de la comunidad.

En 1587 sobreviene el cambio. El shogún dicta un decreto de expulsión para todos los misioneos del Japón. El P. Gaspar Coeglio, viceprovincial, reune una Consulta ampliada y con el consejo de los daimyos cristianos decide dispersar a los jesuitas. No abandonan el campo. Ocultos deben continuar la labor misionera. El Noviciado de Nagasaki es trasladado a Arie, a una pequeña localidad de la isla de Arima.


Los votos religiosos, Pablo Miki los emite en Arie, en agosto de 1588. Para los estudios es enviado a la isla de Amakusa. El daimyo Juan, señor de la isla, protege a los jesuitas. Después de la Filosofía, la Compañía pide a sus estudiantes ejercitarse en experiencias apostólicas. Pablo, por su buena formación en literatura, por el dominio de la lengua clásica del Japón, es destinado a la misión estrictamente pastoral. Primero, es catequista. A los catecúmenos da los contenidos de la fe. Después, es predicador.

Incansable recorre los estados de Scimo, las islas del centro, el principado de Omura, Miyako, y las islas del septentrión. Siempre viaja con uno o dos sacerdotes misioneros. A Pablo le corresponde predicar, instruir, disponer al bautismo, preparar las confesiones, dirigir la Eucaristía, bendecir matrimonios y asistir a los moribundos. Al mismo tiempo escribe. Con hermosos caracteres japoneses expone la fe católica. Sus manuscritos refutan las doctrinas de los bonzos. Se muestra hábil y lleno de caridad. Estos libros de Pablo Miki, cuando el P. Alejandro Valignano trae la imprenta, son editados con gran cuidado y perfección. Pablo es el primer autor japonés de teología polémica.

En el Japón central hace los estudios de Teología. Los termina con éxito. Es aceptado a la ordenación sacerdotal. Pablo Miki tiene 33 años. Sólo debe esperar la llegada del Obispo jesuita Pedro Martínez.
Cuando el obispo viene a Osaka, los jesuitas deciden hacer la ordenación de Pablo en Nagasaki, con gran ceremonia. El ejemplo de Pablo puede ser imitado por muchos.

Por el segundo edicto de Taicosama son arrestados en Miyako cinco franciscanos, los embajadores. También detienen a doce japoneses, sus compañeros. Es la noche del 9 de diciembre de 1596.
En los registros de la ciudad de Osaka, efectuados al día siguiente, los perseguidores encarcelan a otro sacerdote franciscano y a tres japoneses.
Las autoridades van también a la Residencia jesuita. Tal vez en busca de franciscanos. Solamente los extranjeros recién llegados pueden ser apresados por el decreto. Los PP. Organtino Solbi y Francisco Pérez están en Miyako, por ministerios y para consolar a los cristianos. Igualmente, el Hermano japonés Pablo de Amacusa. El obispo Pedro Martínez y los sacerdotes Francisco Rodríguez y Pedro de Morecon están en el puerto de Sakai a la espera de embarcarse para Nagasaki. En la Residencia, por lo tanto, permanecen solamente Pablo Miki y los catequistas Juan Soan y Diego Kisai.


Los tres no están comprendidos en el edicto de Taicosama. Con todo, son duramente interrogados. Pablo Miki confirma su carácter de jesuita. Los catequistas confiesan no ser religiosos, pero afirman estar ligados a la Compañía de Jesús y que esperan un día ser aceptados. Se determina arrestarlos. Ninguno de los tres hace nada por sustraerse a la detención. Los detenidos en la capital permanecen en prisión hasta el día 30 de diciembre. La sentencia de muerte todavía no ha sido promulgada.

El 31 de diciembre, Farimandono envía a franciscanos de Osaka y a los jesuitas a la ciudad de Miyako. Van serenos. En verdad, contentos. Al llegar, Pablo Miki abraza a todos. En excelente japonés, él puede hacerlo, predica a los guardias y a los pocos cristianos que se acercan. Les habla de la eternidad, de la gloria de los bienaventurados, de la Pasión de Jesucristo y de su propio deseo de dar la vida por la fe. Les recuerda que él tiene, por gracia, la misma edad de Jesús. Su Vía Crucis es el camino a Nagasaki. Allí lo espera la muerte de Cristo en cruz. Con su sacrificio desea salvar a su pueblo, como el Señor. Todos lloran. Dos guardias, al oído, le prometen hacerse cristianos.

El 3 de enero, los 24 detenidos son sacados de la prisión, con las manos atadas a la espalda. Seguidos por una gran multitud son llevados a la gran plaza que separa las dos partes de la ciudad. Se detienen y comienzan los tormentos, frente al pueblo. En seguida, el verdugo les corta a todos un pedazo de la oreja izquierda. En verdad, es una benevolencia del Gobernador. La sentencia es, cortar las dos orejas y entera la nariz. Es lo habitual. Todo condenado a muerte debe sufrir esa tortura.

Después, agrupados de tres en tres, suben a los 24 a unas carretas. Así, a caballo y en carretas, llegan a Osaka. Continúan al puerto de Sakai. Allí Taicosama cambia una vez más de parecer. El viaje puede hacerse cómodamente por mar, a través de los canales. Nagasaki queda a dos días de navegación. Taicosama pretende infundir terror hacia el cristianismo. Pero la ignominia se transforma en espléndida glorificación. Por donde pasan son recibidos en triunfo. Las muchedumbres rodean y detienen los caballos para besar las vestiduras de los perseguidos por la fe.

En cada pueblo, al final del día, son celosamente custodiados en las cárceles de bambú. El frío es grande. La nieve y el viento también los acompañan. A Pablo Miki muchos lo conocen, desde sus correrías apostólicas de hace pocos años. Con cariño Pablo los anima a mantenerse firmes en la fe. Más de alguno pretende y dos logran agregarse al grupo de los confesores. Para todos predica con alegría.

El día 4 de febrero de 1597, a los 26 días de viaje llegan los condenados a Nagasaki. Fazamburo, el conocido de Pablo, es el designado para hacerse cargo de la comitiva y de la ejecución. Ha preparado 50 cruces. Tal vez confundido por la orden recibida de los 24 primeros y la última noticia de 26. Los cristianos creen que, a los recién llegados, agregarán a los jesuitas de Nagasaki, al obispo y a personas destacadas de la ciudad. A prisa Fazamburo ordena que las cruces del suplicio sean llevadas de inmediato a una pequeña colina, ubicada al otro lado del mar, frente a frente de la ciudad.

Hace llamar a los PP. Francisco Pasio y Juan Rodríguez. Les dice que ellos pueden confesar a los condenados, pero no pueden celebrar la Misa. En la pequeña iglesia del hospital de San Lázaro el P. Pasio recibe la confesión general de San Pablo Miki y la de los mártires Juan Soan y Diego Kisai. Los demás japoneses lo hacen con ambos, indistintamente. Los franciscanos se confiesan en castellano entre ellos.

La cruz japonesa consiste en un tronco con dos travesaños. Uno más largo, arriba, para los brazos. Otro más corto, abajo, para los pies. En el medio hay una saliente que sirve de asiento al ajusticiado. No se usan clavos. La víctima queda aprisionada al madero con cinco anillos de hierro: dos a los pies, dos a las muñecas y una al cuello. La muerte se da con dos lanzazos, que entran por los costados. Atraviesan el pecho y salen por los hombros. A la orden del capitán, las veintiséis cruces son levantadas al mismo tiempo, en la colina, frente a frente de la ciudad. El quinto es Diego Kisai. El sexto, Pablo Miki. A su izquierda, Juan Soan teniendo a sus pies al anciano padre. Todos miran a la ciudad. En los techos de las casas están todos los cristianos. También los portugueses y españoles. Todos entonan el Te Deum como himno de acción de gracias.

Al fin, los guardias deciden acabar con Pablo. Le dan los golpes finales y los dos lanzazos.Las últimas palabras de Pablo, recogidas por los cristianos y los jesuitas, son: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”. Curioso, la frase de Cristo la dice en latín, el idioma que tanto le cuesta. Es el día miércoles 5 de febrero de 1597.

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