sábado, 22 de abril de 2017

Beatificación del Padre Luis Antonio Ormieres. Oviedo. 22 de abril de 2017


Nació en Francia, Quillán, departamento de l´Aude, el 14 de julio 1809, en plena época de la post-revolución francesa. Estudia en el seminario de Carcassonne y pronto sus superiores descubren en él una decidida vocación pedagógica por lo que le nombran profesor del Seminario Mayor. El 21 de diciembre de 1833 recibe la ordenación sacerdotal a la edad de 24 años.

Luís Ormières no es un erudito, ni un teórico, es un sacerdote sencillo que conoce su tiempo e interpreta la realidad a la luz del evangelio. Es un hombre de acción y de fidelidad que se deja afectar por una llamada o inspiración del cielo. Se muestra flexible a la voluntad de Dios sobre él. Sienta la llamada de atender a la educación de los niños que están faltos de cultura y formación cristiana, de ahí todo su empeño en hacerse ayudar por religiosas que junto con él se entreguen generosamente a esta causa. Define su perfil una gran vocación de educador de la niñez y juventud, especialmente los niños y jóvenes del campo. Sabía que la educación se apoyaba en la igual dignidad de las personas y en el reconocimiento del don particular que a cada individuo Dios le concede.

Como educador muestra esmerada atención a la formación de los niños y jóvenes más desfavorecidos, pues estaba persuadido de que donde están los pobres allí tiene que estar la Iglesia. Por su talante evangélico se inclina siempre en atender las urgencias y necesidades de los más pobres. Para él, el servicio a los demás estaba por encima de cualquier otro interés y también del riesgo de su misma vida como lo demostró en su entrega a los afectados por las epidemias en Camus (1838 y 1845). Vivió su propia vocación como un acto de obediencia al Señor. El Dios de su vida le dotó de sabiduría para situarse en una sociedad e Iglesia atravesada de fracturas. Lo hizo desde un gran espíritu de libertad.

Creía en el destino personal de cada individuo y en el don propio de cada persona.
Su pasión fue: Formar verdaderos discípulos de Jesús 
Vive su vocación como un acto de obediencia al Dios de su vida 
Como educador destaca por la esmerada atención a los más necesitados 
Le caracteriza la sencillez y el servicio 
Su fe en el hombre le hace reconocer que cada persona tiene su propio don 
Su fe en Dios le lleva a una confianza plena en la Divina Providencia

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